Ir al contenido
_
_
_
_
COLUMNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ciudad

Pero nadie ha destripado la pringue urbana de Londres como él

Fernando Savater

Los escritores de literatura fantástica (ese pleonasmo) suelen tener vocación alegórica: nadie es perfecto. No incurren en el vicio de los realistas, capaces de urdir una novela de cierto grosor para explicarnos la Guerra Civil o las ventajas del feminismo: esos más que arte hacen puericultura. Pero también las alegorías son fastidiosas, porque estimulan a lectores y críticos cuyo mayor goce es averiguar lo que el autor “ha querido realmente decir”. ¿A quién le importa tal pretensión? Solo cuenta lo que ha dicho, al diablo con lo demás. De modo que del género solo se salvan las narraciones que cautivan por su imaginación y nervio, dejando a un lado su mensaje: los portentosos relatos de H. G. Wells, las distopías de Orwell y Huxley, cosas de Ray Bradbury, Stanislaw Lem y Arthur C. Clarke, joyas como El signo del perrode Jean Hougron…

También ahora las novelas de China Miéville, de estructura general y momentos magistrales, lastradas a veces por excesos de redundancia: le gusta demasiado escribir, afición peligrosa. Pero nadie ha destripado la pringue urbana de Londres como él —su épica y su lírica— en El rey rata o Kraken, ni ha rentabilizado mejor la herencia surrealista en Los últimos días de Nueva París. Su libro del desasosiego es La ciudad y la ciudad, relato policiaco que transcurre en la ambigüedad de dos ciudades superpuestas pero maniáticamente forzadas a ignorarse para no reconocer que son la misma. La infiltración terrorista, la imbecilidad del separatismo excluyente, el rechazo al prójimo porque se nos parece demasiado… tentaciones alegóricas sucesivamente descartadas por el brío enigmático de una trama que se apodera del lector sin necesidad de poner en limpio conclusiones ideológicas. Vivimos ya entre esas dos ciudades gemelas y enfrentadas, el resto es la bendita literatura.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
_
_